Hemos tenido la suerte de tener un par de días en los que el sol ha hecho acto de presencia en Byers- Así que estos días, después de pasar las mañanas trabajando en nuestra zona de estudio, y tras tomar un pequeño pero suculento bocata para reponer fuerzas, hemos continuado disfrutando de esta aventura realizando un par de recorridos por la península.
La primera de ellas fue el día 16 de enero, y fuimos a disfrutar de las mejores vistas que se pueden tener en esta zona, y para ello tuvimos que subir al Chester Cone, un cerro de 188 metros de altura situado en el interior de la península y uno de los mejores miradores de la zona. Desde allí pudimos ver todos los paisajes, playas, lagos, glaciares, cerros e islas que ni en el mejor de los sueños imaginarias ver. Nunca antes había apreciado un lugar igual, no sólo por las características y por la inusualidad que conlleva ver un paisaje que une las montañas nevadas con el mar, sino por lo que es capaz de inspirar: paz, con mayúsculas…el tiempo se detiene y te das cuenta de que tenemos poco tiempo y mucho que ver.
Chester Cone
Al día siguiente, aprovechando el solecillo y que habíamos acabado el trabajo en nuestra zona, nos fuimos a visitar una de las pingüineras más “cercanas” al campamento, aunque a unas horas de caminata de nuestra zona de estudio, pasando por las playas del oeste. Una maravilla para la vista, se veía la isla de Smith, una isla abrupta, blanca con formas piramidales perfectas por montañas, que no suele verse nunca por la tupida y típica niebla antártica. Unas vistas espectaculares a las que ninguna foto hace justicia.
Al subir una colina de camino a la costa, apareció como de la nada una explanada kilométricas repleta de pingüinos y elefantes marinos, diminutos puntos negros y blancos aleatorios que emiten sonidos y olores peculiares. Como era de esperar, nos acercamos cuidadosamente y con el mayor de los respetos a estos peculiares animales. Según el protocolo de Madrid, del Tratado Antártico, no está permitido acercarte a ellos a menos de 5 metros de distancia, así que nosotros nos mantuvimos mucho más alejados, y siempre en silencio para no molestarles. Pero ellos curiosos y desconcertados se acercaron a nosotros que estábamos sentados en el suelo a bastante distancia. Incluso algún pollito curioso y envalentonado se animó a acercarse a nosotros. Fue emocionante, no existía nada más que tú mismo y una cría de pingüino que te mira y contonea su cuerpecito de manchas simétricas con dificultad para acercarse a ti.
Pinguinera de las playas del Oeste (Byers)
Tras hacerles miles de fotografías, regresamos al campamento con el Sol calentando nuestras espaldas y disfrutamos de un atardecer que te deja sin palabras.
M.A. de Pablo
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